Destruyendo la ‘maternidad’ a través de la literatura
Loreto Sánchez | El Independiente
Mery Shelley dio vida a Frankenstein. Lo hizo a través de la electricidad. Lo hizo a través de un hombre. Cuando la escritora se puso a escribir lo que se considera la primera obra de ciencia ficción ya se había dado cuenta de que la única forma que tenía de crear era a través de la literatura, quizá a través de la ciencia. Su cuerpo había perdido a sus dos primeros hijos, otro había nacido muerto y la última apenas sobrevivió un año. Además, nunca conoció a su madre. Mery Shelly llegó al mundo en el mismo momento en el que su madre se iba. La maternidad como algo violento, duro, difícil. Como algo que podía costarte la vida.
Muchos analizan ahora la obra de Shelley desde ese prisma. En 1800 hablar de embarazos, abortos, depresiones y más hacerlo en forma de literatura era impensable. Ella usó sus miedos, sus angustias, sus pérdidas y sus anhelos para crear y lo hizo en forma de monstruo. Dicen que al repasarlo, ella que venía de una educación privilegiada y abierta, eliminó muchas partes que podrían no resultar agradables para el gran público. Lo hizo más masculino.
Mucho se sorprendería la escritora al ver el rumbo de la literatura actual. Al observar como las mujeres hablan de sus hijos, de su maternidad, quitándole el color blanco y la luz; tiñéndola de ese gris que tanto hacía falta. Incluso cómo las editoriales apuestan cada vez por este tipo de libros, los que hablan de que ser mala madre quizá ya no sea tan malo.
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La semilla de Mamá desobediente está en la pregunta: ¿cómo es posible que unas prácticas tan esenciales para la reproducción humana como son gestar, parir y amamantar sean profundamente ignoradas? E ignoradas no solo a nivel social o político sino incluso en los espacios de activismo social”, explica Esther Vivas, que considera que es necesario “salvar la maternidad del patriarcado”.
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